Radiografía de un día feliz.
Ocho horas de sueño del tirón. Me levanto. Estoy en casa, solo, y pongo música a todo trapo. La gestión del desayuno me la tomo con un trámite burocrático: “necesario”, pero ostia qué pereza, así que decido cambiar el huevo y las tostadas por la leche y las galletas, para acabar cuanto antes. Seguramente está sonando rumba y tengo la guitarra en la mano haciendo las mismas cosas de siempre: ritmitos, pentatónicas y las típicas canciones. No sé qué hora es, no me suele importar. Estos días me siento con la riqueza del que cuenta con tiempo a su disposición y me muevo por sensaciones corporales: ¿hambre? Preparar comida o pensar dónde comer. ¿Sueño? Dormir un ratito y luego se va viendo. Vale, me he puesto a bailar. Nadie mira, nadie opina y hago cosas un tanto curiosas. Me la estoy gozando mucho. Si fuera famoso y me pillará un paparachi in situ igual saldría en algún periódico que no me dejaría bien parado. Pero ni soy famoso, ni me importa una mierda que me vea el vecino bailando en c...