22 años, en contra de mi voluntad.

Ni dolores físicos, ni enfermedades a la vuelta de la esquina, ni preocupaciones mayores que me quiten el sueño. ¿Qué más se puede pedir?

No tengo queja realmente, solo son esos gritos que lanzo al vacío constantemente cada vez que fantaseo con darle la vuelta a las agujas del reloj, o por lo menos en alargar las primaveras y los veranos, ahora que tengo un cuerpo que responde y un coco que quiere ver y nutrirse constantemente de lo que la experiencia vital le pueda brindar.

Desde hace un par de años me pregunto activamente “cómo será eso de ser mayor” y de manera directa o indirecta voy recabando información sobre esta cuestión.

Mi intuición de momento me dice que llegue tarde, como de costumbre, a todo esto de ser mayor. Sin complejo de Peter Pan, entiéndanme, pero quiero seguir jugando, y veo que incluso a mi alrededor, esa genuinidad, esa forma de acercarte a las cosas se va diluyendo. El foco cambia, la voluntad pierde valor, las expectativas ya están caducas y los deseos son mucho pedir. Pérdida de rumbo hacía el “es lo que toca” del que ya nada siente que le queda por vivir.

Para evitar esa situación vital tan poco deseable me propongo aprender, cada vez con más ahínco, aquello que me permita conservar esta juventud que tanto valoro, algo sólido a lo que agarrarse, independientemente de los años que pasen. Con este fin, algunas ideas que se me ocurren así a priori son:

1.        No dejar de reír, ni tomarme muy en serio.

2.        Ir liviano de equipaje y expectativas, que luego todo pesa.

3.        Luchar por tener tiempo que dependa de mí y buenos motivos para que este no pase en vano.

4.        Cultivar la amistad y el amor.

5.        No convertirme en un hijo de puta.

Supongo que habrá que asumir la incertidumbre constante que nos rodea como forma de darle sentido a todo esto. Y que nadie cumple años a voluntad, sino irremediablemente, como otra regla del juego, y que mi principio #1 antes citado, me incita a no tomarmelo muy en serio...

Así que no me queda otra más que sentirme profundamente afortunado de poder volver a soplar velas, de sumar uno más al segundo digito cuando me pregunten por la edad o de despertarme otra mañana y que, aunque no salga el sol, tenga otro día para mí por delante. 

Carlos, papá y yo celebrando el cumple del primero, que fue la semana pasada.


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