A mí lo que me gusta es correr
A pesar del formato plomizo, ojalá quienes hagan deporte en general, o corran en particular, encuentren algo que mascar entre estas líneas.
Hoy he corrido mi primera Maratón.
Pero no voy a relatar mi
experiencia, y mucho menos a hablar de técnicas, ritmos, o desniveles. Ni me
interesa en especial, ni soy lo
suficientemente docto para andar dando la chapa sobre el asunto.
Si algo puedo aportar, es sobre la forma en la que me relaciono con el
deporte. En especial, con el correr.
A mí lo que me gusta es correr.
Sencillamente porque encuentro valor en la liturgia que implica mover
una pierna detrás de otra con una fase de vuelo de por medio.
Estás contigo (no te queda otra). Sientes el desgaste, pero también la fuerza. Palpas tus límites de una forma particular, y, sobre todo, vacías un poco la cocotera.
Este interés por correr es precisamente lo que me hizo estudiar Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad. Pero claro, pronto me di cuenta de que esto de los parámetros objetivables y precisos no era mi cosa.
Ni la competitividad, ni la profesionalización
ni el rendimiento en el deporte.
Claro que el umbral aeróbico-anaeróbico, la pisada pronadora o los milimoles
de lactato son de crucial importancia; pero para mí, lo verdaderamente relevante
es hacer actividad física solo o compartida, y que haya una ocupación activa
por disfrutar.
Quizá por eso corro. Porque
en ese gesto repetitivo y simple, hay una forma de disfrute que no se deja
medir ni explicar. Solo se vive.
Disfrutar es lo que ocurre detrás
de las fronteras de la piel. Es la sonrisa honesta, aunque desencofrada. Es el
ratito en el que el tiempo nos sella con su hierro candente, como al toro. Es lo
genuino, lo auténtico, lo que tiene fin en sí mismo.
Disfrutar es verdad. Y
cuando la verdad opera, los disfraces, los postureos varios, o las capulladas
de similar calibre quedan en un segundo plano.
¿A qué me refiero con estas capulladas?
En resumidas cuentas: a dotar al
artificio ―el complemento, lo que sobra― de una importancia que no se merece.
Correr no precisa de mucho más
que unas zapatillas, ropa deportiva general (si bien mejor si es específica), y
destinarle una parcela de tu tiempo.
La evidencia más palpable de
que algo se está haciendo mal en este sentido, es destinar espacio mental al rostro
con el que se pretende quedar retratado en la puta foto-finnish. O
en lo que va a quedar (palpable, demostrable) después de la carrera.
Esa nostalgia a lo cursi hace
un tiempo que se me pasó, y lo veo una pijada de pepinillos, porque solo tiene sentido
hacerlo si se pone el foco en la visión del otro sobre la cosa de uno
mismo.
Por otro lado: la vestimenta. Si
bien entiendo, respeto, o incluso reconozco la valía del material deportivo,
creo que es evidente la travestización dramática de algunos papanatas. A veces pensaba
yo: ¿Este viene a correr o a rodar un spot de geles isotónicos?
No le voy a dar más vueltas,
pero de nuevo, ir guapito, que parezca que estamos comprometidos con lo
que hacemos. Las peores máscaras son las que uno lleva encima sin saberlo.
Por otro lado, también entro
al trapo con el Stravismo. La necesidad que tenemos de compartir lo
vivido para posibilitar su existencia es inseparable de nuestra forma de vivir
contemporánea.
Y ahí reside la prostitución
Straviana, la necesidad de comentarnos, compartir, o simplemente hacer que se
vea lo que hacemos, para reclamar nuestro hueco en el mundo.
Ahora las cosas van así: primero
te descargas la app, y luego ya si eso te echas alguna carrera y la subes. Claro,
porque has hecho algo.
*Matizo: yo también lo uso,
está muy bien como herramienta o incluso como red social. Pero como todo: cuidado… que es muy fácil caer en vicios malos*
Por último, y por ser un poco más
positivo…
Esta semana previa a la carrera
andaba yo pensando en el sentido que tiene apuntarse a una carrera. ¿Para que
me vean y me aplaudan? —pensaba Daniel el vanidoso.
Pero hoy le he encontrado una justificación tajante a esta respuesta. Me
apunto a carreras por:
- Los voluntarios
que te reparten agua como si estuvieran dándosela a su hijo,
- Los fisios en patines, disponibles y sin pegas,
- Aquellos que pasan por la calle y no distinguen
entre conocido o desconocido, rápido o lento para soltar un buen berrido,
- O los corredores que ofrecen geles, Powerade o
lo que tengan, en pos del desvalido.
Esa es mi patria.
Qué bonito ver al Ser Humano
sublimando sus vicios y dejando aparecer esas virtudes escondidas entre capas
civilizatorias. Siempre es buen momento para disfrutar de eso: el contexto no
importa.
Si, tiene sentido formar parte
de una carrera para disfrutar con el otro, y esto no implica dejar de competir
(mis disculpas a los Kipchoges que me leen)
Si algo he querido decir con
todo esto, es que hay que ser honesto con uno mismo en lo que hacemos. Esta
OK vestirse de runner, postear en el Insta o el Strava,
incluso tirarse unos selfies al acabar.
Pero creo que es un error de
autenticidad individual buscar la respuesta a muchos porqués en lo ajeno.
… La carrera termina con unos
besos al cielo, como cada vez que salgo a correr, un abrazo a los acompañantes
que me esperan en meta, y una sonrisa de oreja a oreja. Ha sido una mañana
muy bien echada.
Y cuando me preguntan qué tal, más allá de hablar de ritmos
o gilipolleces varias, yo me cuadraría y recitaría:
En este instante me siento quien soy
Adelante y atrás todo es mi vida
Mi vida a la redonda y esparcida
Mezclada con el mundo, ayer y hoy
Porque ayer me ha pasado su recibo:
Otro día al alcance de la mano
Otro día de asombro cotidiano
Porque, en fin, me parece que estoy vivo
Hoy por hoy - Javier Krahe
De un deportista sin
pretensiones, pero disfrutón.
Daniel
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